lunes, 29 de octubre de 2007

Juan Antonio Cebrian

Sabía que ese nombre correspondía a un periodista excepcional. De esos, que son muy raros, que forman parte de esa casi extinguida especie, que hasta sus enemigos reconocen sus méritos.
Era lo que se denomina un autentico fuera de serie en las comunicaciones radiales. Pertenecía a ese grupo de gente, cuyos nombres que van quedando en la memoria. Sucede en esos casos que las personas que los recuerdan, no tienen el menor propósito de hacerlo. Es decir los recuerdan, porque deben recordarlos y punto. Aunque nunca había tenido la oportunidad de escucharlo, en diversas ocasiones pude leer sobre sus éxitos y cuando nada hacía pensar en nada, vino la noticia brutal de su partida, de su muerte inesperada, del traicionero infarto que le arrancó la vida, cuando sólo tenía cuarenta y dos años de edad.
Pero lo nunca me había imaginado y de ninguna manera podía suponer, era que Juan Antonio Cebrian, de quien había leído que era capaz de iluminar con sus palabras, los pasajes más oscuros de las historias que siempre contaba, no trabajaba con papeles, ni leía lo que hablaba, sólo describía lo que recordaba, lo que guardaba en su poderosa memoria, pues carecía del sentido de la vista.

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